Higos en la mesa
Hay algo de sueño, tiempo y antojo en el acto de poner la mesa. Mientras el sol se sienta cerca, la moka se calienta, las flores se abren y los ojos se desperezan.
El pan, el mantel y las flores. Probablemente fue el tiempo el que los dejó ser inseparables. El mismo que nos dejó despejar la cabeza por la mañana con café, higos y un florero en medio del jardín.
Son los días color higo; los días dulces, suaves y casi crujientes que creamos solo para nosotros. Es sorpendente, casi intolerante, la magia de encontrar alegría en lo pequeñito. En un girasol, en una chispa de chocolate, en un higo. Por eso la mesa se pone; a tiempo o a destiempo, frente a nosotros, bajo nuestros dedos, al inicio de un tal lunes. Solos y en compañía. Que si hay higos, cualquier cosa está de más.
Vaya, que los higos son algo especial, no son cualquier fruta porque fruta no son. Es una infrutaescencia, una condición donde los frutos se unen a otros y esta fusión no es visible hasta abrirse.
Infrutaescencia: fructificación formada por agrupación de varios frutillos con apariencia de unidad.
- RAE.
Es que eso sucede, poner la mesa es armar decisiones con apetito y sentimiento en las que todo lo importante se une como en una caja de higos; una fecha límite, el sabor, la nostalgia, el color y la belleza. Por eso la mesa se decora con flores que no solo son flores, son compañía. Ellas se hidratan a lo simple, con transparencias y asimetrías, bien perfumadas y habladoras.
Poner la mesa es poner corazón, alegrías y miedos. Es ordenar la cabeza, comer lo que le regrese la calidez al alma y la energía al cuerpo. Es compartir sol y placeres. Es husmear la mente para encontrar espacios y protegerlos de las migajas de la vida. Es elegir las flores correctas con los ojos, sin batallar, y llegar a casa a acomodarlas donde la luz siempre llega. Es ajustar el mantel más bonito a las esquinas raspadas de la parota.
Un sábado de enero, el buzón digital despertó con una carta de Jesús Terrés donde decía que, “la alegría, casi siempre, está en lo pequeño. Por eso hay que prestar atención (con urgencia) a lo que nos rodea, los ojos bien abiertos, el corazón de par en par”.
Y lo que nos rodea todos los días está en una mesa, en una higuera de presencias. ¿Será que eso es estar en la mesa? La unión. Entre inciensos, tazas y perfumes de café, pasto, salvia y mantequilla. Dejar que la mente se entuma mientras muerdes una fruta y das un sorbo al café. Una soledad unida a otra, a algo que siempre está en una mesa.
Fotografías por Carolina Torres