Encontré un coyote cerca del mar — Zoey Geez
El café se toma junto a la ventana.
Crecer cerca del mar y en un pueblo pequeño viene sin equipaje, es crecer con pies permanentemente sucios y quemados por la arena caliente. Es crecer sin permisos, con puertas sin seguros y sillas en la banqueta. Es ser hijo del pueblo y de alguna forma, del mar.
Calle Pelícanos en Sayulita esconde algunos tesoros. Entre el descanso, los placeres y la hospitalidad, el pueblo sigue en su época sensible, donde el café y la cocina cuidan de quien bebe y come con cariño.
La ventana de madera es el anzuelo. Eso pasa en la calle, algunas cosas simplemente pican, te atrapan. Rótulos sobre una pared bicolor, sillas de acero en tono agave, plantas, macetas y un menú pintado a mano. La fachada de Café Coyote parece salir de un álbum de viajes mexicano de los ochenta. Ese día conocí a Zoey y a Edgar. Zoey Geez es la creadora de Café Coyote. Edgar es barista y, según Zoey, el verdadero patrón del lugar.
“Yo pasaba por este local y decía, quiero un café ahí, ahí estará mi café”.
Zoey nació en Dinamarca pero vive en Sayulita desde 1998.
J: Cuéntame un poco de ti en ese tiempo.
Z: Mi niñez la viví descalza, deschongada, corriendo por todo el pueblo. No tenía que avisarle a mi mamá si salía de casa o dónde estaba. Viví en España un tiempo porque mi mamá quería que hiciera mi primaria en Europa, vivir un poco la cultura europea. Dejé la secundaria a la mitad y regresé a Sayulita sola. Yo quería estar en Sayulita.
J: ¿Cómo surgió Café Coyote?
Z: En esa época mi mamá abrió un restaurante aquí en Sayulita llamado Don Coyote, vivíamos en la palapa de arriba. Te podría decir que siempre soñé que quería un café pero no, no soñaba con un café. Yo pinto, entonces todo esto es mi arte. Durante el COVID mi papá falleció, me dejó un poco de dinero y dije, yo quiero hacer un negocio, no quiero trabajar para alguién más. Además, antes era muy fácil trabajar para alguien más aquí en Sayulita pero después del COVID, el pueblo explotó y se gentrificó muchísimo.
Antes de convertirse en Café Coyote, el espacio era un local abandonado. Cuatro paredes y un techo que apenas lo sostenía.
J: Resultó bellísimo.
Z: Me encanta el café pero lo que más me gusta es la comunidad. Lo quise un poco lejos del pueblo para que tuviera una sensación más local, donde al visitar te encontraras con personas de Sayulita. La verdad nunca imaginé que me iba a salir bonito.
J: ¿Se fue armando poco a poco?
Z: Fue surgiendo totalmente. Cuando abrí, me sentí poco profesional porque soy mucho más colorida y caótica que los cafés minimalistas que están abriendo ahora y pensé que no llamaría la atención pero a la gente le gustó.
Lejos de aspirar a la perfección, Café Coyote es un espacio despreocupado. Detrás de la ventana se almacenan libros, galletas y fotografías instantáneas. Apollo, el perro de Zoey, descansa en la cocina — yo sé que él es el que cuida. Y las paredes tono naranja son en honor a la casa de la mamá de Zoey.
“Mi mamá pintaba de ese color naranja todas sus casas, así lo fui haciendo. El espacio va cambiando. Si en un año vienes, estará diferente”.
J: ¿Cuál era tu inspiración al decorar?
Z: Lo nombré Café Coyoté por mi mamá y le quedó bien al local. El local me fue diciendo lo que quería. Si abriera otro Café Coyote, tendría que quedar muy diferente dependiendo del lugar. Yo quiero una terraza atrás que todavía vamos a construir.
J: El cuadro de la mujer atrás de ti.
Z: Es mi mamá. Ella es una mujer muy salvaje, viste así, de cowboy.
J: Pintas. Háblame de eso.
Z: Pinto desde siempre. No es que tuviera un chingo de arte, se fue dando. Soy autodidacta y me gusta pintar mujeres porque es lo más interesante para mí.
J: ¿Cómo es una mañana en Café Coyote?
Z: Edgar es el que abre. Él es el jefe, tengo mucha suerte. Abrimos a las ocho, regamos las plantas — súper importante porque básicamente ellas son todo el look. Hay servicio de comida desde las ocho, yo soy quien cocina. Hay una vitrina de comida fría — ensalada de pollo, pasta y patatas. Quería un concepto en el que sea fácil llevarlo a la playa o para algún Airbnb. Quería comida que siente bien. Todo es orgánico, de rancho y diferente, nunca es igual. Es simple y cae bien. Hay opciones sin gluten, pueden ser veganos y vegetarianos.
J: ¿Y el café?
Z: Es de Tepic, del rancho de una mujer. La que reparte es su hija. Me encanta mi café y nadie lo tiene en Sayulita. También tenemos muchos tipos de tés. No lo promocionamos mucho pero me encantaría que la gente viniera a tomar té.
La cocina es pequeña y reservada para lo más importate — llenar barrigas. Zoey se encarga de preparar la comida, lo hace con calma y mimo.
J: ¿Y la comida?
Z: Me inspiré en lo que me gusta. Me encanta la cocina, he cocinado muchísimo para mí porque mi mamá no cocinaba mucho. Tenía muchas ganas de crear un menú diferente, con sazón, con mis propias recetas. Una preparación que yo me haría a mí misma.
Todos los ingredientes en la cocina se obtienen del mercado orgánico. El menú se adapta según la cosecha y la temporada.
J: ¿Qué resaltarías de Café Coyote?
Z: Te quisiera decir que es un lugar muy local pero si te digo la verdad, para mí local es ser mexicano, nacido aquí, entonces tampoco es así. Aun así, la gente que viene sí vive aquí. Viven en Sayulita todo el año y cuando viene un turista, nos visita todos los días. Café Coyote es poco pretencioso, puedes venir y estar aquí horas. Me encanta que estén afuera fumando su cigarro mientras toman su café.
Dos cafés, dos fotografías instantáneas y dos galletas para llevar después, tomé un último retrato del espacio con la ventana más acogedora del pueblo. O quizá, el retrato era de Apollo y detrás de él, un café.
Fotografías por Jossie Ayón
Sayulita, México.
Agradecimientos especiales: Zoey y Edgar.